jueves, 3 de marzo de 2011

El juego de ajedrez


Una vez, un joven dijo al abad de un monasterio:

--Me gustaría mucho ser monje, pero no he aprendido nada importante en la vida. Lo único que me enseñó mi padre fue a arar el campo y a jugar al ajedrez que no sirve para la iluminación. Además, para postre aprendí que cualquier juego es pecado. --Puede ser un pecado pero también puede ser una diversión. ¡Quién sabe si este monasterio no está necesitando un poco de ambos! -fue la respuesta.

El abad pidió el tablero de ajedrez, llamó a un monje y le ordenó jugar con el muchacho. No obstante, antes de comenzar la partida dijo:

--Aun cuando necesitamos diversión no podemos permitir que todo el mundo pase el tiempo jugando al ajedrez. Por tanto, solamente conservaremos aquí al mejor de los dos jugadores. Si nuestro monje pierde, saldrá del monasterio y dejará la plaza para tí. El abad hablaba en serio. El joven comprendió que esta vez se jugaría su vida y le vino un sudor frío. El tablero se convirtió en el centro del mundo. El monje comenzó a perder. El muchacho atacó, pero entonces vio la mirada de santidad del otro y, a partir de ese momento, comenzó a jugar mal a propósito. Al fin y al cabo, prefería perder porque el monje podía ser útil al mundo.

De repente, el abad tiró el tablero al suelo.

--Muchacho, aprendiste mucho más de lo que te enseñaron -dijo-. Te has concentrado lo suficiente para vencer, fuiste capaz de luchar por lo que deseabas, después tuviste compasión y disposición para sacrificarte en nombre de una noble causa. Sé bienvenido al monasterio, porque sabes equilibrar la disciplina con la misericordia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario